Dice mi terapeuta* que debo enfrentar lo que me perturba con valentía y honestidad, que esconderme no me lleva a ningún lado y que escaparme sólo sirve por un rato, porque eventualmente me atrapará ese monstruo del pasado. (*Mi terapeuta es Amy Winehouse, sobre todo en Tears Dry On Their Own)
Ya les he contado a todos la misma historia. Mis amigos me voltean los ojos y me piden que ya me dé cuenta. En los malos días, me dejan llorar en su hombro con paciencia y compasión. En los días buenos, sólo me miran con precaución y no intentan llenar los espacios vacíos. Saben que estoy triste y saben que estoy pensando en ella pero no voy a hablar de ella. Y, es que, ¿saben qué? Siempre digo lo mismo de ella. Ya tantas veces he escrito de ella que no sé qué más podría decir.
¿Y si digo la verdad?
Esa verdad que no le digo a nadie, que ni siquiera me atrevo a admitirme a mí misma porque me da miedo. Porque sé que si soy honesta, me va a doler. Yo solita me voy a dañar.
¿Y lo vale?
¿Vale la pena dañarme por ella?
Lo cierto es que no recuerdo cuándo fue la última vez que nos vimos, que compartimos un espacio. A veces veo que la etiquetan en fotos en FB amigas en común y por supuesto que se me retuerce un poquito el estómago. Veo su cara y sigo pensando lo que pensé la primera vez que la vi, lo primero que recuerdo de ella.
Recuerdo que estábamos en la Normal, y yo me había sentado a comer con mi entonces amigo Chuy. Frente a nosotros estaba una chica sentada con un suéter verde y cabello corto y rizado. Cuando la vi pensé: "Qué bonita muchacha".
No sentí particular interés en ella porque pues no la conocía, sin embargo, creo que esa misma semana me di cuenta de que vivía por donde actualmente resido, en casa de mis padres. Pero ni siquiera por eso empezamos a hablar. Ella se sentaba casi al otro lado del salón y yo ya tenía amigas.
Hasta la fecha no sé evocar qué evento nos llevó a hablarnos o qué fue lo que nos unió. No lo sé. No me acuerdo mucho de mi vida, de quién era yo, antes de ella. Sólo sé que un día ya éramos muy amigas y platicábamos muy bien. La invité a sentarse conmigo y mis amigas y aunque el recibimiento de ellas fue poco entusiasta, a mí me movía mucho tenerla cerca. Me gusta tener amigas, siempre me ha gustado y ella me caía muy bien.
Las conversaciones se fueron alargando y encontramos puntos en común: A las dos nos gusta el ánime y esas cosas. Las dos veíamos Glee y veíamos ciertas cosas del mundo de manera parecida. A ella le súper encanta el Kpop y me mandaba canciones y videos de grupos y como ella es cristiana, cristiana practicante y orgullosa de su fe, solíamos enfrascarnos en conversaciones apuntadas a la fe humana y la espiritualidad y todo eso.
De alguna manera éramos muy similares y al mismo tiempo muy diferentes. Ella era callada, no hablaba mucho en clase, pero cuando lo hacía siempre lo hacía de manera segura y su voz, con ese acento chiapaneco, retumbaba en las paredes del salón. Yo tampoco hablaba en clase y cuando me pedían participar, me tropezaba con mis propias palabras. Eso compartíamos y al mismo tiempo nos dividíamos porque ella es súper funcional en su vida personal: Ella iba al banco, al mercado, a quejarse, a preguntar, a pedir por su cuenta y yo ~necesita(ba)~ a alguien para que hablara por mí.
Luego de pasar tanto tiempo juntas, un día, por mensaje, me dio a entender una situación muy delicada. No sé hasta qué punto era en serio o qué pero me estaba insinuando que le gustaba. Yo por aquel entonces tenía novia, pero no fue ese el motivo por el que me molesté. La situación se salió de control en el momento en que ella decidió desmentir eso que hizo con una amiga en común, quién terminó contándome todo.
Entonces yo ya no estaba segura de nada. ¿Le gustaba o no? ¿Sólo lo había hecho para molestarme, para ver qué tan cierto era mi posición en cuento a mi orientación sexual? ¿Cuál era su motivo?
Me molesté más cuando ella no me supo ni pudo explicar en tiempo y forma y entonces, enojada como sólo yo puedo ser, decidí cortar mi relación con ella.
Me sentía muy molesta y muy humillada. Me sentía usada y me sentía muy tonta. En su momento pensé que eso era lo que me ofendía: Que ella hubiera dudado de mi palabra y que me hubiera mentido de esa manera y me dolía también que hubiera involucrado a otras personas cuando era un asunto muy mío y de ella.
La situación fue muy marcada y nuestra separación dio mucho de qué hablar. De un día para otro, ella se cambió de lugar, a un lugar bastante obvio lejos de mí. No nos hablábamos ni nos mirábamos. De estar juntas todo el día, echando chisme, a estar separadas y en silencio pasamos y el resto de nuestros compañeros lo notó. Los maestros también. Yo lo sabía porque me miraban raro, con mucha curiosidad y a ella también la miraban extraño.
Estuvimos así un par de meses, evitándonos. La verdad no sé cómo volvimos a hablar, sEGURAMENTE yo le escribí algo o no sé, siendo sincera. Me parece que por mucho que quiera irme de ella algo siempre me trae de regreso, como si fuera la gravedad o como si no importara qué camino tomo, mis pies me llevan adónde una vez estuve feliz y cómoda.
Retomamos la amistad, pues.
Pero fue extraño porque luego de ese evento, yo debería haber sido más precavida y cautelosa y no soltarle mi confianza tan rápido pero pasó justamente lo contrario: Me fui como gorda en tobogán y volví a depositarle toda mi confianza y todo mi corazón y toda mi amistad. Esa distancia nos terminó uniendo más.
Pero la percepción de las personas a nuestro alrededor cambió: Mientras nuestra amistad se hizo fuerte, inquebrantable, exclusiva, brillante, y vibrante, también la imagen que dábamos.
AHORA EN ESTE PUNTO de verdad nunca voy a entender por qué una cantidad considerable de personas en la escuela creían que ella y yo éramos novias. O sea, literalmente nos hemos abrazado como unas tres veces o cuatro y eso en eventos bien aislados como en la graduación o en mi cumpleaños.
Pero así era.
Si bien, ya no nos sentábamos cerca, -porque ni de chiste ella quería regresar a mi mesa con mis demás amigas que ahora la miraban mal-, continuamos frecuentándonos. Nos escribíamos DIARIO a todas horas, todo el tiempo. Yo le ponía un buen de memes en su facebook. A veces nos llamábamos o ella me mandaba notas de voz. Siempre se quejaba: "Escribes un buen" cuando mis mensajes eran muy largos pero siempre los respondía y me hacía preguntas. Nunca preguntas morbosas, preguntas de verdad cargadas de interés. A veces nos encontrábamos en la parada de la oruga y nos íbamos juntas a la escuela o a veces regresábamos a casa juntas.
Hablándonos o en silencio, mirándonos en las clases, a la distancia, para compartir la burla o el horror de nuestras clases, nuestros maestros y compañeros, siempre estábamos ahí para la otra.
Todo iba muy bien. Ella estuvo ahí cuando mi tío favorito falleció y me dejó quejarme hasta muy altas horas de la madrugada cuando mi ex novia terminó conmigo. Siempre se mostró interesada en mis proyectos personales, en lo mucho que yo quería escribir. Nunca lanzó juicios contra mí y sin embargo, el "Eres una cabrona, Mariana" salían a la superficie con mucha frecuencia, más que ofenderme me hacían reír. Hasta la fecha es la única que me ha llamado así sin afán de ofenderme, sino más bien como describiéndome.
Luego pasó lo inevitable:
Una vez el mimors y yo nos peleamos y lo mandé al carajo ~literal~. Estuvimos seis meses incomunicados y en esos seis meses yo estaba que me llevaba la veEL HETEROPATRIARCADO CAPITALISTA ya lo saben. Me sentía muy enojada y triste. Pero ella estuvo ahí y me dejó llorar y me dejó quejarme. Todo el tiempo estábamos hablando, por messenger y por Whatsapp, con conversaciones totalmente diferentes. Íbamos al cine o a comer. A veces la acompañaba al banco o al Mega. Hicimos el servicio profesional en la misma escuela, así que apenas daban las doce y quince, yo estaba puntual afuera de su salón para esperarla y regresar a casa juntas.
Durante esos seis meses que estuve con el corazón roto, ella no dejó que me muriera de tristeza.
A veces le escribía en la madrugada, cuando no podía dormir. Y ella me contestaba y me decía que cuando tuviera pesadillas le hablara.
Fue un bálsamo para mi corazón y llenó ese vacío que me habían dejado el mimors y Gerardo y mi amiga Yazmin cuando se fue a Argentina a estudiar un semestre y mi falta de amor propio.
Ella me amó cuando yo no podía ni quería amarme.
Demandé mucho de ella. Me molestaba cuando se tardaba en contestarme y me molestaba que no reaccionara a mis memes. A veces cuando salíamos del servicio yo le preguntaba: ¿Quieres hacer algo? y luego le proponía ir al cine o a comer o a hacer algo. A salir. A distraernos. A que ella me diera su atención.
Una atención que pudiera estar muy mal proporcionada, como les digo. Los rumores seguían corriendo por la escuela, les digo. El novio de una amiga en común estaba súper convencido de que éramos novias.
No era el caso, ¿Saben? Yo no la miraba así. No pensaba en ella así. O más bien, no me daba cuenta que la intensidad de mis emociones por y para ella se estaban agravando a ese punto. Ella era mi mejor amiga, ¿Qué podía salir mal?
Salió todo mal.
Salió todo mal en el momento en que crucé una línea o dos o tres, al pedirle de más. Al demandar su atención toda para mí, la quería a ella toda para mí.
Porque ella era todo para mí.
Era mi mejor amiga, una parte importante de mi alma gemela. El final de mi hilo del destino con el que me había ahorcado yo solita.
Salió todo mal en el momento en que la idealicé un buen y fui por ahí diciéndole a todos lo mucho que ella significaba para mí. Lo muy superior que era en comparación mía o la de alguien más.
Salió todo mal en el momento en que ella me quiso meter al clóset, pidiéndome que no le dijera a nadie más adónde íbamos ni lo que hacíamos.
Salió todo mal en el momento en que nunca pusimos límites entre las dos porque nunca sentimos necesitarlos y sin embargo, en este punto de mi vida, puedo ver que sí los necesitábamos, porque ella entonces tenía a alguien a su lado y yo sólo era su mejor amiga.
Salió todo mal en el momento en que me dejé llevar ~como siempre~ por el calor del momento y una noche de diciembre le llamé, súper borracha y le dije que la quería muchísimo. Que me gustaba y no como amiga, sino como algo más.
Salió todo mal en el momento en que apenas tuve poquita claridad mental, me arrepentí de todo y quise ponerle freno de mano pero ya era demasiado tarde. El daño estaba hecho.
Ella se sorprendió bastante con mi confesión y aseguró que la tomé por sorpresa. Y era cierto. Había pasado los últimos seis meses llorando por alguien más y como que de buenas a primeras le dijera algo de esa magnitud no cuadraba. Tampoco me cuadraba a mí.
Salió todo mal cuando a ella la pusieron contra la espada y la pared. Su pareja de entonces o yo.
Y no gané yo.
Salió todo mal, pues, cuando dejamos que otros se metieran. Y yo dejé que la percepción de los demás invadiera mis sentimientos y pensamientos y ella dejó que otros opinaran sobre nuestra amistad, sobre qué tan fuera de lugar estaba todo.
¿Por qué tienen esa necesidad de contarse todo? ¿Por qué tienen esa urgencia de escribirse, de saber de la otra, de saber que están ahí juntas en algo?
Pues porque ni era necesidad ni urgencia. Era un gusto.
Y bueno, ya saben, todo se fue al diablo.
El mimors y yo nos contentamos ese mismo diciembre también y yo pensé que con ella también estaba bien.
(?
Así era. Entre ella y yo no había incomodidad luego de ese terrible evento vergonzoso e imprudente. Pero la tensión crecía entre la percepción ajena y los celos y la inseguridad.
Yo no me sentía mal ni culpable porque sabía que no estaba haciendo nada malo. No me iba con ella a los baños del Cinépolis a besuquearnos y meternos mano. No íbamos a comer en plan de romance. No compartíamos mensajes sexuales ni fotos de nosotras encueradas.
Ni siquiera nos involucrábamos de forma romántica-emocional.
Yo no sentía que estábamos en un mal lugar o que tuviéramos que escondernos. Nunca le escondí mi amistad con ella a nadie, ni a mis padres, ni a mis amigos ni al mimors ni a mi ex novia ni a absolutamente nadie. Porque no sentí que era algo que debía avergonzarme.
Yo no me sentía avergonzada por lo que teníamos, por más raro y torcido que fuera. No me sentía avergonzada de que pensaran que era lesbiana y que andaba con ella. No me sentía avergonzada de que me vieran sentarme junto a ella en cada CTE del servicio profesional.
No me sentía avergonzada de haber ido a su examen de titulación. No me sentía avergonzada cuando ella ganó el tercer lugar en el examen para las plazas a nivel estatal.
No me sentía avergonzada de nada.
Pero ella creo que sí.
O eso le hicieron sentir.
Tomó su decisión, a los pocos meses de habernos ido a mudar juntas, ella, mi amiwa Fany y otra maestra y yo.
Decidió no tenerme más en su vida. Era demasiado ~problemática~ nuestra relación y la manera en que los demás la percibían.
Eso entendí.
Era mejor para ella no tenerme más cerca, porque podía haber confusiones o podía haber malos entendidos. No nuestros, porque nosotras siempre tuvimos claro lo que teníamos, pero ajenos sí.
Me rompió el corazón, por supuesto. Y los siguientes meses estUVE VIVIENDO EL SÉPTIMO CÍRCULO DEL INFIERNO o el cuarto quizás, no recuerdo bien la organización de Dante en la Divina Comedia.
Imagínense vivir con alguien que fue súper importante para ti y ya ni siquiera poder darle las buenas noches o pedirle sal o que se apurara en el baño o cuando estuviera lavando los platos.
IMAGÍNENSE.
El resto ya lo saben: Viví casi ebria todas las noches de ese ciclo escolar. Escuchaba su risa hasta mi cuarto y la angustia me lapidaba cada noche que soñaba con ella. Que soñaba que regresaba y que me quería otra vez, que se había dejado de culeradas y que por fin aceptaba lo muy importante que era en su vida.
Pero los días pasaban y no pasaba nada. Ella seguía inmutada, fría, distanciada, gris. Como un fantasma.
Durante ese ciclo escolar viví con mucho dolor, sintiendo cómo los pedazos de mi corazón me desgarraban por dentro cuando latía.
Y también me volví muy temerosa. Estaba aterrada, porque ella había sido una gran parte de mi vida los últimos cuatro años y que de un momento a otro ya no lo fuera, me sentí fuera de lugar. Perdida. Abandonada. Sola.
Esos sentimientos y esos pensamientos me llevaron por caminos oscuros y eso provocó que hiciera muchas cosas terribles. Innombrables.
Estaba muy herida y muy enojada con ella. Me había ofendido en lo más sagrado de mi vanidad.
Ella siempre se había quejado de que parecía que yo podía despegarme de ella bien fácil, como si no me importara y yo siempre le aseguré que no era el caso, pero que en el calor del momento puedo decir y hacer muchas cosas que no quiero decir ni hacer.
Al final, ella fue la que terminó abandonándome como si no significara gran cosa.
Mis amigos lo dicen: "Amiga, date cuenta que no te quiere".
Mi mamá también opina: "No vale la pena conservar una amistad que no te respeta"
Hasta el mimors se pregunta: CÓMO ES QUE KARLI PUEDE VIVIR SIN TI y pues sí.
¿Cómo puede?
¿Cómo puede cuando yo no puedo?
Lo pienso y lo vuelvo a pensar y me da un buen de ira. ¿Cómo puede hacerme a un lado, cómo puedo valerle tanta madre, padre, gobierno y genitales humanos habidos y por haber CUANDO YO NO PUEDO?
Me hace quedar como una estúpida.
Pero es que eso soy. Una estúpida, con E mayúscula. Es más, con todas las letras en mayúscula. Y con signos de exclamación y onomatopeyas, si quieren.
Y como les dije una vez, siempre pensé que ella estaría ahí conmigo para todo: Que cuando escribiera un buen libro y lo vendiera, ella estaría ahí viéndome dar respuestas mensas a las preguntas pretenciosas que me harían en la gala de premios o whatever.
Que cuando me casara -con el mimors, obvi-, ella sería mi dama de honor. O mi testigo. O que al menos sería la única que me diría: MARIANA ESTÁS LOCA pero te apoyo mil.
Que cuando me fuera bien o me fuera mal, ella sería una mano cariñosa y un hombro amigo donde podría recargarme para llorar.
Y ahora ya no hay nada de eso. Bueno, igual y en unos años nos volvemos a encontrar o algo así. No lo sé. No creo que esto sea el final. A lo mejor nomás son puntos suspensivos... o no sé. Ya no sé nada.
Me duele tener que pensar en todo esto y me duele más pensar que ya no puedo hacer nada.
Ya le escribí, ya le llamé. Ya la invoqué hasta por la ouija. Ya hablamos, ya cedimos, ya nos lastimamos y ya nos dijimos lo que queríamos decir.
Y siento que sólo soy yo la única que está aquí, en medio de la madrugada, dando vueltas en la cama preguntándome si mañana ya no la voy a extrañar.
Si algún día esta ciudad de porquería me la va a dejar de recordar todo el maldito tiempo.
Si en algún momento voy a desear recordarla sin envenenar ese recuerdo por mis sentimientos heridos.
Si en algún momento todo estará bien y será claro y tranquilo y ya no soñaré con ella y podré disfrutar otra vez de la música triste sin tener que asociar lo nuestro con aquello.
CREO QUE YA ESTOY MUY TRISTE PERO NO QUIERO ESTAR TRISTE.
Y bueno, para acabar, quiero HACER OBVIO LO OBVIO:
No escribo esto con ninguna intención en particular más que la de entretener a los morbosos y pervertidos que les gusta leer cosas así de íntimas.
No quiero que alguien lea esto y piense que estoy haciendo algún tipo de declaración o confesión porque en primera: No estoy diciendo nada nuevo. En segunda: ¿Qué clase de persona sana emocionalmente escribiría una declaración en UN BLOG? y en tercera: Si le quiero decir algo a ella o alguien en particular, lo digo y ya.
No quiero que alguien lea esto y piense que quiero levantar la polémica y son bienvenidas sus preguntas: MARIANA XQ NO DEJAS MORIR EL TEMA Y YA???, MARIANA, Q QUIERES GANAR CON TODO ESO QUE ESCRIBES? MARIANA DE VERDAD CREES QUE ELLA TE VA A LEER O QUIÉN SEA Y VAS A PROVOCAR ALGO BUENO?
Porque sé las respuestas: No quiero, no gano nada y no creo que consiga algo bueno. Casi nunca pasa.
En fin.
Acepto los abrazos, si alguien quiere abrazarme luego de esto. No acepto los consejos que no pido, porque saben que igual no los escucho.
En agosto de este año estaré sentada en el metro, camino a casa, a las siete y media de la noche, y con los audífonos en las orejas seguiré preguntándome si la ciudad de México tiene que recordarme tanto a ella o sólo es mi manía por entristecerme de a gratis.