Siento que se me hace un nudo en la garganta y se me nublan los ojos de lágrimas. Me tiemblan las manos que ahora tengo crispadas en puños. Tengo ganas de gritar y de destruir todo a mi paso. Siento mucho dolor y mucha ira y después llega el miedo...
Y ni siquiera son las nueve de la mañana.
Apenas me levanto de la cama es mi misma rutina: Enciendo el wifi en mi celular, y mientras me cambio y me peino -o hago el intento de-, mi celular vibra con las notificaciones de mis redes sociales. En buenos días son una cantidad digna, decente, limitada. En días malos el teléfono vibra y vibra y vibra y cada vibración se vuelve más violenta y más demoledora y me veo obligada a poner el teléfono en silencio porque no tolero el cansado zumbido que parece que me truena los oídos y que va a romper mis muebles.
Le doy una mirada muy superficial a las notificaciones: Twitter, Facebook, Instagram y Whatsapp. Checo los mensajes primero y si son urgentes, respondo de inmediato, si no, pueden esperar hasta que tenga algo en el estómago.
Abro twitter y lo primero que veo es un cartel de una mujer desaparecida. "Por favor, RT" reza el tuit. Retuiteo. Sigo bajando y viendo todo: La selección sub 17- del américa subió un video burlándose de la protesta femenina convocada por el colectivo feminista chileno. Qué asco, son unos inútiles, y que se pongan una camiseta porque nadie quiere ver esas miserias. Sigo bajando. "Mi tía no aparece, por favor ayúdenme" comparte foto de persona desaparecida que se otorga en la ciudad de méxico. Retuiteo. Sigo bajando. "LOS ANIMALES NO SON PERSONAS DEJEN DE COMPARAR SU USO COMERCIAL PERFECTAMENTE ÉTICO CON LA VIOLENCIA SISTEMÁTICA PATRIARCAL DE LAS MUJERES", ok, está todo mal escrito ese tuit y sobre todo es insensible. No voy a contestar, no voy a contestar, es demasiado temprano para pelear... "Los animales son pedazos de carne, eso qué". Exploto. Y respondo de una forma tan elegante y tan culera que me hace replantearme mi espacio en internet. Fulanito y Fulanita te acaban de seguir en Twitter. Ok.
Abro Facebook ya empezándome a sentir muy débil y muy desesperanzada. Ojalá sean memes, pienso y claro que sí, lo primero que me topo son memes. Memes de la protesta feminista. Memes ridiculizando nuestro dolor y nuestra angustia y nuestro miedo y nuestra ira. Mis notificaciones me llevan a eso, a memes. "Mira, diles algo" me etiqueta un amiwo -o más bien conocido- en la publicación de uno de sus amigos que compartió un meme insensible sobre Un Violador En Tu Camino. ¿Qué les puedo decir que no les he dicho antes? ¿Cómo les hago entender? Me enojo. Un latido me nace en la sien y empieza a ser irritante. Mis dedos se mueven muy rápido sobre la pantalla de mi teléfono. Escribo casi un sermón sobre su insensibilidad, los insulto de manera discreta y luego me enojo más con mis propias palabras y les hago predicciones sobre sus propias muertes y les aseguro que será un espacio que alguien del futuro podrá aprovechar. Me quedo quieta y releo todo. No lo vale, pienso. Son gente estúpida y yo ya me cansé de entablar diálogo con gente estúpida. En este punto de mi vida no pretendo desestupidizar a la gente, quiero que esa gente estúpida se mantenga apartada. O que se muera. Ya no me importa. Borro todo mi mensaje y contesto con un meme y un comentario: Pobrecitos, son TUS amigos, no míos, dales TÚ la atención que tanto están reclamando por internet. Pregúntales si quieren que llamemos al DIF. Punto final.
Viajo de red social en red social. Twitter, Facebook, Instagram y otra vez Twitter. En todos lados está el mismo caos:
Noticias horribles, datos preocupantes, la desesperanza se desborda por todos lados, no hay adónde hacerme. Estoy cansada. Estoy cansada de leer y de enojarme. Estoy cansada de pensar en todas las maneras que podría hacer algo por ayudar, algo útil, si tuviera más dinero o influencias políticas o algún tipo de súper poder que no sea empedarme con la primera cuba de vodka o ver muertos.
Estoy cansada. Tengo hambre pero apenas empiezo a comer me dan náuseas. La cabeza me da vueltas. Le doy un par de tragos a mi café. Prendo la televisión, continúo con mis cosas. Me mantengo activa, pues.
Realizo un itinerario, la noche anterior, sobre mis actividades del día. Procuro mantenerme ocupada.
Cabeza ocupada no extraña a nadie o algo así dicen. Me esfuerzo, de veras lo hago, pero por momentos, bastante frecuentes, me pican las manos, nECESITO SABER. Abro las redes sociales otra vez. Tuiteo algunas cosas que tengo en la mente y luego hago memes para mi página de Facebook. Evito engancharme en discusiones pendejas, a veces lo logro y a veces no, me puede más el sentimiento. Evito leer las noticias con títulos devastadores y amarillistas, a veces lo logro y a veces no.
Regreso a mi trabajo, eso intento. Le subo el volumen todo lo que puedo a la música en mis audífonos. Tomo más café. Se me va el tiempo peleándome con el teclado y con la pantalla. Veo que de repente se llena mi teléfono de notificaciones de Whatsapp. Es el grupo de mi familia: Tienen las últimas dos horas discutiendo sobre noticias, una más desalentadora que la otra. No contesto y silencio el grupo.
Vuelvo a lo mío. Me cuesta concentrarme. Estoy cansada. La cabeza no me da para terminar un chingado cuento. Meses atrás podía escribir cuentos muy buenos que cupieran en dos cuartillas en cuarenta minutos. Ahora con dificultad escribo dos párrafos hilados en una hora. Miro hacia la ventana, el sol va cayendo.
La picazón vuelve, necesito volver a internet. Es lo mismo: Historias trágicas, gente llena de odio escupiendo odio. No existes, me dicen. Si eres pansexual eres bifóbica y transfóbica. Ok. Los veganos nomás se quieren sentir superiores y por eso se hacen veganos, para echarles en cara a los que sí sabemos disfrutar de un buen bisteck sus chingaderas ridículas. Ok. Es que así no se protesta, deberían ser más civilizadas. La violencia atrae violencia. Ok. No existes.
No entro a mi cuenta de ASK porque tengo miedo de que alguien me haya dejado comentarios feos sobre mi cuerpo o sobre "mi novio".
No entro a mi cuenta de Curiouscat porque tengo miedo de que alguien me haya dejado otra amenaza o me haya insultado o eso haya pretendido porque a veces ni insultar saben.
No puedo más con la presión que siento y hasta entonces me doy cuenta que no he comido y son casi las cinco. Dependiendo de mi humor como algo elaborado o poco elaborado o ya de plano digo "chingue su padre, lo que me encuentre en el camino está bien".
El sol se asoma cada vez menos, los rayos se vuelven poco nítidos, más lejanos, más frío todo se convierte. Salgo a caminar.
¿Falda o pantalón? Amo las faldas, ¿Pero estoy de humor para soportar chingaderas de acoso en la calle? No. Mejor un pantalón... Pero amo mis faldas. Entonces chinguen su padre, será una falda.
Salgo a caminar y la música me envuelve, sin embargo, no me lleva a otros lugares como suele hacerlo cuando voy en auto/autobús. Voy alerta. Cada ciertos segundos miro hacia un lado y luego hacia el otro. Miro hacia atrás fingiendo que se me atoró algo en la ropa. No es cierto, voy "cuidándome". Camino y camino. Pongo mala cara por momentos, sobre todo cuando paso por donde hay hombres. No vaya a ser.
En el camino veo una foto de un perro que se robaron. Chingao. Ya ni a las mascotas respetan esos hijos de su chingado padre. Pateo la llanta de una camioneta que está a junto a mí y antes de que pueda seguir mentando padres y sistemas opresivos veo que alguien a lo lejos me vio, chale, mejor me voy.
Sigo caminando. Aprieto el paso cuando siento que un hombre viene detrás de mí. A veces parece que mientras más rápido camino para alejarme de quién sea el hombre que va caminando detrás de mí más ellos se estiran para alcanzarme. Cuando eso pasa, simplemente aminoro el paso cuando estoy cerca de tiendas y locales. Los dejo pasar como los chingados reyes de la calle que son. Me cagan y me caga estar tan asustada a las seis de la tarde.
Cruzo un boulevard. Una camioneta toca el cláxon, no sé para quién fue el saludo y no me importa, yo sigo caminando mirando al frente. Un carro que parece nuevo se pone a mi ritmo y un guarro asoma la cabeza por la ventana y me dice una guarrada que ni siquiera entiendo del todo porque voy escuchando los gritos de Ariana Grande. No lo miro. No se merecen ni que los voltee a ver. No se merecen mi enojo.
Sigo caminando. Un ciclista me alcanza y me aferro a la correa de mi bolso. Lo miro de reojo y veo que es un muchacho con camiseta de godín que seguro salió de trabajar. Relajo los músculos. Sigo caminando.
Llego a mi casa luego de más o menos una hora que duró mi recorrido. Casi siempre es el mismo, a veces varía porque tengo que hacer compras o acompañar a mi hermana a la universidad o algo sucede. Hace frío. Tengo las manos frías y el corazón también.
Vuelvo a checar las notificaciones de mis redes sociales y parece que se congelaron porque sigue siendo la misma mierda. Gente gritándose y gritándome y noticias malas que parecen cabezas de monstruo que apenas una cortas salen dos alv.
Checo mis mensajes: No me ha escrito el mimors. Ni Ingrid. Ni el pequeño. Ni DanDan. Ni ningune de mis amigues. Ni siquiera Karli por accidente. Nadie.
Está bien, pienso, es mejor así. Ahorita no tengo nada bueno para aportarles. Qué oso tener que estar explicando mi situación. Es mejor así. Es mejor así.
Luego sí llegan los mensajes, a veces. Los contesto cuando puedo. Stiker, stiker, humor sombrío y sarcasmo. Emoji de payaso y emoji de vaquero. Un meme, un te amo. Nadie sospecha. Está todo bien. ¿Está todo bien? Está todo bien.
La noche llega y me meto a bañar antes de que lleguen mis papás y mi hermana. Sigo fingiendo que puedo seguir escribiendo a pesar de tener tanto en la cabeza. Ya no voy a tomar tanto café, me miento a mí misma.
Me tomo mi pastilla para dormir, me cepillo los dientes y entre mi lectura de turno o algún capítulo de anime que esté viendo, o algún video de los jonas brothers, espero que llegue el sueño y me venza.
Me vence.
Antes de perder el conocimiento me pregunto cómo le hace la gente para ignorar lo que sucede allá afuera. Yo llevo mucho tiempo, incluso antes de la invención de las redes sociales, sin poderme quitar los gritos de la gente que sufre de la cabeza. Los escuchaba a los nueve años y los sigo escuchando a los veinticuatro.
No puedo hacer nada más, no se me ocurre nada. No tengo energía para nada, no tengo ganas de nada.
Quisiera abrir un hoyo en la tierra y meterme ahí, esconderme de los días finales y esperar a que la enfermedad del internet termine de carcomer mi mente y carcoma también mi cuerpo. Qué difícil.
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